Los fundadores de Estados Unidos creían que eran el pueblo elegido: El largo camino de Atenas hacia Washington
¿Kamala es “la alternativa”?; ¿Nos irá igual o peor si ella gana?; ¿Donald es igual o peor que Biden, Obama, Clinton o Bush? Ambos son personajes del sistema norteamericano (establishment). Por tanto, lo que estamos viviendo en “la democracia mas grande” (y vieja) del mundo es la continuidad o recambio en el liderazgo del occidente global (la Europa de la OTAN y sus aliados no europeos). Un liderazgo hoy cuestionado y amenazado por China y Rusia (Euroasia) y por el Sur Global. En esta circunstancia, Estados Unidos no cambiará su política exterior ni sus estrategias basadas en las guerras permanentes para garantizar el control sobre los sistemas de producción, distribución y consumo de mercancías en el mundo.
Los votantes norteamericanos tendrán que escoger entre un cínico bravucón, misógino, paleo-libertario y nativista o una abogada camaleónica, conservadora, belicista, con guiños progres hacia los votantes jóvenes del nuevo melting pot “multi-culti” que es la actual sociedad americana. Ambos candidatos son sionistas, anti-migrantes y fieles creyentes de que el consumo de drogas es un “mal terrorista” sembrado por el maligno fuera de las murallas del “paraíso” norteamericano, hoy amenazadas por China o Rusia. Ni Trump ni Harris son garantes de la paz mundial ni reconocen que ya existe un nuevo orden planetario; no aceptan que el mundo ahora es diverso, distal y multipolar producto de la globalización, la cual ahora niegan. Para estos candidatos, los norteamericanos blancos, anglos, sajones y protestantes (Wasp) y algunas minorías desclasadas siguen considerándose “la tribu escogida de Israel” que tiene la misión de conservar la civilización cristiana y occidental (europea) y guiar al mundo a la tierra prometida: el largo camino de Atenas hacia Washington. Ruta finalizada en las orillas del Potomac. Fin de la historia diría Fukuyama.
Prevalece el discurso del destino manifiesto con narrativas diferentes que no necesariamente opuestas. Los discursos actuales abrevan en este principio discursivo: “En nombre de todos aquellos cuya historia solo podría escribirse en la mayor nación en la Tierra, acepto su nominación para ser presidenta de los Estados Unidos de América” dijo Kamala Harris en agosto de este año, resumido en su lema de campaña: “¡Cuando luchamos…ganamos!”. Donald Trump a su vez señaló en las Naciones Unidas en 2018: “Aquí en el hemisferio occidental, estamos comprometidos a mantener nuestra independencia de la intrusión de potencias extranjeras expansionistas (…) Ha sido la política formal de nuestro país desde el presidente (James) Monroe que rechacemos la interferencia de naciones extranjeras en este hemisferio y en nuestros propios asuntos”. Lo que se resume en su voz de orden: “to make America not only great but healthy again”. En los candidatos norteamericanos subyace la misión de rehacer el mundo a imagen y semejanza de Estados Unidos e imponer sus instituciones dado que estas virtudes son una “decisión de Dios” y que éste “encomienda”, a EUA, la misión de conducir al mundo a la libertad.
El arribo de un presidente demócrata o republicano no cambia drásticamente la estrategia de Estados Unidos con respecto a América Latina. Seguiremos siendo un patio trasero; a veces contestatario y veces sumiso. Los migrantes continuarán siendo tratados como ilegales y ciudadanos de segunda; la lucha contra el narco será administrada por la DEA o por el Departamento de Estado con políticas injerencistas e intervencionistas, violando cualquier soberanía; seguiremos siendo economías subalternas sujetas al extractivismo canadiense o estadounidense, imponiendo tratados de “libre” comercio desde los intereses de Washington, bajo el paradigma de que el “enemigo está afuera”, en los “banlieus” latinoamericanos o los del sur global donde habitan “estados fallidos”, “narco estados” o “países teocráticos” poblados de “terroristas fundamentalistas” con ojivas nucleares; acompañadas de narrativas mediáticas llenas de hipocresía y de pos-verdades como sucede cuando los medios occidentales narran las masacres en Ucrania y en el Medio Oriente.
EUA sabe de la fragilidad de la soberanía de los gobiernos latinoamericanos y de que todavía las oligarquías criollas voraces dominan políticamente en la región, ya no son dictadores tropicales o “hijos de puta” sino oligarquías renovadas, finas y educadas en las babilonias educativas del Occidente Global bajo el manto ideológico del neoliberalismo. A Washington le interesa más el control político que le permita acceso a los recursos naturales que el costoso trámite de los golpes de estado cruentos, mejor crear fachadas democráticas con sociedades desiguales donde se mantenga a los explotados o marginados bajo el “imperio de la ley y el orden” siguiendo los dictados del Fondo Monetario Internacional. Para ello les son más funcionales las oligarquías económicas regionales que generalmente controlan el sistema social a través de sus aparatos ideológicos. Resulta políticamente poco rentable ayudar a construir sociedades igualitarias, fraternas y libres. Además las oligarquías colonizadas mentalmente controlan los aparatos ideológicos del “Estado”: son dueñas del sistema mediático, controlan y cooptan el sistema judicial y hacen buenas migas con la iglesia conservadora y fraternizan con sectores del ejército formados en West Point. Tienen además un base social significativa no mayoritaria; sobre todo, proveniente de la clase media conservadora y de una nueva clase media aspiracionista inoculada por el discurso y la narrativa libertaria de la posmodernidad: un mosaico infinito de individuos que aunque lejanos entre si se sienten falsamente próximos a los demás. Los medios comunicación occidentales pastorean esos rebaños de individuos que tal como los describe Han, el filósofo coreano, son hatos individualistas que se auto-explotan, se auto-estiman y cuyo humor es burlarse de sí mismos si no logran ser lobos de Wall Street o apolos virtuales, donde lo colectivo es un auditorio para evaluar el ego. Son los nuevos votantes de Milei o de Bolsonaro que están más allá de la política de zurdos o de “orcos” colectivistas. Y no son pocos. Son la reserva reaccionaria que “detendrá” a la izquierda que llaman populista. Abrevan en las narrativas del ciberespacio que todos los días “ritualiza” su enajenación. Todos los días esa motosierra ideológica corta su césped mental.
El cambio en la presidencia norteamericana nos traerá más de lo mismo o tal vez una mayor presión para los países progresistas de corte izquierdista. Recuerden que cuando AMLO le sugirió al presidente Biden que reviviera el proyecto de Kennedy, la Alianza para el Progreso, a fin de detener los flujos migratorios, Biden le dijo lacóniamete que tenía “otras prioridades”; como sostener su hegemonía controlando los mares del mundo y contrarrestar la emergencia de un nuevo orden mundial multipolar. Las “inversiones” en ayuda militar a Ucrania y a Israel aplicadas en una mínima parte en Centroamérica hubieran traído paz y prosperidad casi inmediata. Los resultados saltan a la vista.
No creo que la llegada de un cínico o de una política progre de acuerdo a la estética de los nuevos votantes, sea diferente o nos conduzca a algo nuevo. Kamala Harris es una progresista que esconde su supremacismo, su sionismo y su punitivismo nativista (es una Cup) en una sonrisa supuestamente seductora. Recuerden que dijo a los migrantes: Don´t come. Recuerden también las políticas migratorias del partido Demócrata y el supremacismo bélico del exquisito y conservador Obama que bombardeo Libia sin rubor y que vio como se asesinaba, “abatía”, a Bin Laden sin respetar el famoso “estado de derecho”; el que deportó más migrantes con una mano tendida ante los “dreamers” y no cerró la monstruosa cárcel de Guantánamo. Son halcones disfrazados de palomas. Con Donald Trump tenemos la certeza de que el perro nos morderá y será puntualmente cruel. Es un Joker. Sin embargo, es pragmático y creo que eso abre una ventana de negociación con certidumbre para aguantar sus arbitrariedades y salvajadas. Lo que suceda los primeros días de noviembre es una batalla mediática que pone velos de ignorancia y apaga la transformación, de izquierda. Nada ni nadie desafía el bipartidismo que es el verdadero problema de la democracia imperial norteamericana. Entre un cínico y una camaleón: ¿a quien escogen?